jueves, 2 de julio de 2009

Volver . . .

"Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno.

Son las mismas que alumbraron
con su pálido reflejo
hondas horas del dolor
y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor."

Estrella Morente - VOLVER

Alguna vez oí que no hay que volver al lugar donde se fue feliz... ¿y qué hay de los lugares dónde no se fue tan feliz, dónde costó tanto hallarse, dónde dolió tanto el proceso de encajar y no encajar?

Lo escribo y lo vuelvo a leer: suena una locura... ¿volver al lugar donde se fue, en suma de cuentas, infeliz? No parece tener sentido lógico. Sin embargo, yo decidí volver. Y finalmente cuando lo hice, creo que fue lo mejor que pude hacer.



Estos dos últimos fines de semana retomé los pasos que recorrí el pasado 1ero de marzo cuando, junto a un amor no correspondido, con 2 maletas y una bolsa llena de cachivaches, me alejé de una ciudad sureña en la que, hasta ese entonces creía, yo había sido muy infeliz durante los 8 meses que permanecí allí.

Recuerdo bien que cada vez que podía me escapaba de mi enclave sureño y volvía a casa, a mi zona segura por excelencia, escapando una y otra vez de las tensiones, de los malos ratos, de los sinsabores que aquel ambiente cotidiano me ofrecía una y otra vez.
Y es curioso porque, una vez más, el tiempo y la lejanía me han hecho caer en cuenta que no era necesariamente así.

En efecto, mis responsabilidades no eran poca cosa, el ambiente no era el más óptimo, pero yo sabía por qué había ido allí.
Yo sabía que quería y que debía apostar por el cambio social, que esa era mi tarea, y que ese enfoque era el que debía mantener desde el incio hasta el final del proyecto. Tenía un claro y voluntario compromiso con las comunidades con las que trabajaba, que se iba reafirmando día tras día. Yo sabía que había ido a quedarme, pese a que a los pocos días de mi llegada casi todo el mundo quería lo contrario...

Sea como fuere, era muy consciente de todo esto, me armé de valor y asumí el reto. Tenía 24 años, hartas ganas de trabajar dejando todo en la cancha, además de 2 años de experiencia laboral y la tarea clara y explícita de liderar un proceso de fortalecimiento de capacidades para más de 2 mil familias damnificadas. Pero pese a mis denodados esfuerzos e intentos por dar la talla, con mis jefes y con mi equipo, debo reconocer que no fui lo suficientemente fuerte ni consecuente al asumir el reto, por lo que pronto sucumbí a las presiones y me quedé con la falta de confianza inicial de mis jefes, antes que con el apoyo y el reconocimiento de la gente con la que trabajaba diariamente.

Me confundí, perdí la brujula, y dejé que la negatividad se apoderara de mi. Me agobié, me entristecí y estuve muchas veces al borde de tirar la toalla... Es más, recuerdo que el día en que partí estaba ansiosísima por irme y salí casi corriendo del lugar, de mi oficina, de mi cuarto, de mi ciudad sureña tan amada, tan odiada. Sólo pude despedirme de algunos, me hubiera encantado tomarme el tiempo necesario y despedirme de cada una de las 80 comunidades en las que trabajamos en ese lapso de tiempo... pero no pude.

Y volví al que creí era mi hogar, con esperanzas de renovarme, de reasentarme en la ciudad que me vio nacer; pero mientras eso ocurría sentía que algo me faltaba...

Es cierto, cuando salí de la ciudad sureña, parte del trabajo estaba culminado, pero faltaban los últimos -y no por eso menos importantes- toques de la obra. Conforme iban pasando los días, las semanas y los meses; y conforme mis ex-compañeros de trabajo me comentaban lo avances y retrocesos que se iban durante mi ausencia, me propuse volver.

Era una tarde de inicios del mes de Junio cuando, luego de casi un año de nuestra primera conversación, tuve la oportunidad de hablar nuevamente con El Chaparro, uno de los miembros de mi entonces equipo, uno en los que más confié tanto por las capacidades como por las potencialidades que veía en él, y con el que -coincidentemente- tuve más conflictos y rencillas generadas. Lo saludé, él me saludó, y fue genial darme cuenta que después de todo, ni yo tenía esa pose agobiante y tirante, ni el tenía ya -aparentemente- ninguna rencilla conmigo. Le pedí el favor que me informara cuándo sería la inaguración de la obra, él prometió hacerlo y finalmente cumplió.

Fue así como regresé a donde no debí partir, o al menos no de esa manera tan drástica y desarraigante. Fueron dos sábados en los que recorrí barrios que no me eran ajenos, rutas que me eran muy conocidas; dos sábados llenos de reencuentros, de abrazos sentidos, de reconocimientos; dos tardes llenas de sonrisas, de recuerdos gratos, de simpatía y buen humor.

Y fui feliz. Muy feliz de darme cuenta que todos los pasos que di, acertados algunos, desatinados los otros, valieron la pena. Porque cada decisión tomada, buena o mala, co-ayudó a que la obra finalmente se pudiera presentar. Es cierto, el merito es totalmente compartido, pero hubieron momentos en los que, por el agobio, ni yo misma me daba el crédito de lo que mi pequeño aporte significó para la tarea mayor. Y lo mejor de todo es que esta vez no lo reconoció ningún jefe ni mis compañeros de trabajo, sino las familias que se vieron de una manera u otra beneficiadas con el trabajo que como equipo desempeñamos.

Y fue así que volví a mi primer amor laboral... que muy parecido a mis demás amores, fue intenso, pasional, tormentoso, agobiante, a veces asfixiante y sobre todo muy desgastante, pero al final de cuentas extremadamente gratificante; del cuál tengo lecciones profesionales y de vida invaluables y que espero seguir asimilando y compartiendo.


Me es inevitable hablar de este tema y no recordar "Volver", la película de Almodovar. Aquí les dejo la canción, interpretada por la gran Estrella Morante.



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